La Señora Winchester
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La Señora Winchester
Hola, me acabo de registrar y quisiera compartir con ustedes un fic livianito que escribí hace un tiempo. Está ubicado en la primera temporada de la serie.
Bueno, aquí va.
“Voy a matarte” y casi suena en serio.
“Tranquilo, hombre, no pasa nada”
En realidad, Dean se oye algo más que contento a través del teléfono. Tal vez demasiado contento para tranquilidad de Sam quien frunce el ceño al otro lado de la línea mientras hace las sábanas a un lado y pone los pies en el suelo por el costado de la cama. Son las cuatro y media de la madrugada según el reloj en la mesita de noche. No tiene humor para soportar la risita tonta de su hermano.
“Dean… ¿estás borracho?”
“Nop”
“¿Te detuvo la policía?”
“Nop”
Sam duda un momento sobre cuál debiera ser su siguiente pregunta y decide atacar de frente.
“Dean, no voy a enojarme. Dime, ¿sucedió algo?”
“Nada”
Han sido dos días de “nada” en los que Sam le ha llenado el buzón de voz con frases de preocupación en primer término y luego, con órdenes imperiosas y un par de improperios de grueso calibre, instándolo a contestar de una vez el maldito fono móvil.
“¡Entonces, ¿por qué mierda no me devolvías el llamado?!”
“Lo estoy haciendo ahora”
Sam respira hondo, cierra los ojos y cuenta hasta diez.
“Estaba preocupado.”
“Sí, sí, lo sé y lo siento, Sammy. Fui un idiota. Pero mañana estoy de regreso, en serio.”
“¿Dónde estás?”
“Las Vegas.”
“¿Qué?” se pone de pie como impelido por un resorte. “¡Dean, se suponía que sólo habías salido a estirar las piernas!”
“Y lo hice”
“¡Las Vegas está a casi un día de manejo!”.
“¿Y?” se ríe bajito. “Fue un paseo largo”.
Sam se masajea las sienes. Y está a punto de decirle que arrastre su trasero de regreso al motel cuando escucha el murmullo apagado de otra voz. Al parecer, su hermano está cubriendo el celular con una mano.
“¿Dean? ¿Con quién estás?” y de inmediato quiere abofetearse. Debió suponer que su hermano no habría tardado tanto en regresar si no existieran un par de piernas largas y tetas grandes de por medio.
“Te llamo más tarde, Sammy”
“¡No te atrevas a colg…!” pero sólo le contesta el sonido del teléfono fuera de línea. “Idiota”.
Pero el supuesto día siguiente luego se convierte en el siguiente, y el siguiente en el siguiente, hasta completar una semana entera de aburrimiento e irritación para Sam. Estuvo tentado de robarse un vehículo y desaparecer sólo para provocarle un ataque cardiaco a su irritante hermano pero el recuerdo de Nebraska, aún demasiado fresco en su memoria, con la electrocución y todo eso, espantó cualquier intento de bromear con el tema.
Así que Sam no puede sentirse menos que aliviado cuando despierta una mañana con el sonido inconfundible del Impala aparcando afuera de la habitación del motel. Pero cuando se asoma a la puerta, dispuesto a desahogar su frustración sobre su hermano, lo que ve lo detiene en seco. Dean se ha apeado del Chevy y se dirige raudo hacia la puerta del pasajero desde donde aparece una rubia platinada, enfundada en un breve vestido negro, y a la que besa descaradamente mientras la retiene contra su cuerpo por la cintura no bien la ha extraído por entero del vehículo.
Boquiabierto, cejas arqueadas, Sam ve aproximarse a la pareja casi a trompicones, riendo y besándose, agarrados el uno al otro como si les hubiesen ordenado no separarse nunca más, hasta llegar al pie de los escalones donde él les espera.
“¿Dean…?” Sam le habla en un tono que es casi una amenaza mortal para que deje las bromas pesadas a un lado. Inútil, en todo caso, porque su hermano no le está prestando atención. En cambio, sólo se ocupa de ponerle al frente a la mujer, apoyando las manos sobre los hombros de la rubia para alinearla correctamente y decir con voz llena de orgullo:
“Duffy, éste es mi hermano pequeño, Sam”
La rubia mira a Sam de arriba a abajo con un dejo de sorpresa.
“Woah, pero ¡qué grande ha resultado ser el pequeño!” dice con una voz de tono susurrante y sensual y le tiende una mano, donde destacan unas largas uñas color violeta, mientras con la otra se baja el borde del vestido, demasiado corto y ajustado para permanecer en su lugar por mucho tiempo.
“Hola, Sam”
Sam le recibe el saludo en automático mientras mira a Dean esperando una respuesta a su silenciosa pregunta que llega enseguida.
“Sam”, continúa Dean, “ella es Duffy,…” con una sonrisa de oreja a oreja atrae a la mujer hacia él por la cintura y ambos se miran directo a los ojos olvidándose de la presencia de Sam “…señora de Dean Winchester”.
continuará...
Bueno, aquí va.
La Señora Winchester.
Uno
Uno
“Voy a matarte” y casi suena en serio.
“Tranquilo, hombre, no pasa nada”
En realidad, Dean se oye algo más que contento a través del teléfono. Tal vez demasiado contento para tranquilidad de Sam quien frunce el ceño al otro lado de la línea mientras hace las sábanas a un lado y pone los pies en el suelo por el costado de la cama. Son las cuatro y media de la madrugada según el reloj en la mesita de noche. No tiene humor para soportar la risita tonta de su hermano.
“Dean… ¿estás borracho?”
“Nop”
“¿Te detuvo la policía?”
“Nop”
Sam duda un momento sobre cuál debiera ser su siguiente pregunta y decide atacar de frente.
“Dean, no voy a enojarme. Dime, ¿sucedió algo?”
“Nada”
Han sido dos días de “nada” en los que Sam le ha llenado el buzón de voz con frases de preocupación en primer término y luego, con órdenes imperiosas y un par de improperios de grueso calibre, instándolo a contestar de una vez el maldito fono móvil.
“¡Entonces, ¿por qué mierda no me devolvías el llamado?!”
“Lo estoy haciendo ahora”
Sam respira hondo, cierra los ojos y cuenta hasta diez.
“Estaba preocupado.”
“Sí, sí, lo sé y lo siento, Sammy. Fui un idiota. Pero mañana estoy de regreso, en serio.”
“¿Dónde estás?”
“Las Vegas.”
“¿Qué?” se pone de pie como impelido por un resorte. “¡Dean, se suponía que sólo habías salido a estirar las piernas!”
“Y lo hice”
“¡Las Vegas está a casi un día de manejo!”.
“¿Y?” se ríe bajito. “Fue un paseo largo”.
Sam se masajea las sienes. Y está a punto de decirle que arrastre su trasero de regreso al motel cuando escucha el murmullo apagado de otra voz. Al parecer, su hermano está cubriendo el celular con una mano.
“¿Dean? ¿Con quién estás?” y de inmediato quiere abofetearse. Debió suponer que su hermano no habría tardado tanto en regresar si no existieran un par de piernas largas y tetas grandes de por medio.
“Te llamo más tarde, Sammy”
“¡No te atrevas a colg…!” pero sólo le contesta el sonido del teléfono fuera de línea. “Idiota”.
Pero el supuesto día siguiente luego se convierte en el siguiente, y el siguiente en el siguiente, hasta completar una semana entera de aburrimiento e irritación para Sam. Estuvo tentado de robarse un vehículo y desaparecer sólo para provocarle un ataque cardiaco a su irritante hermano pero el recuerdo de Nebraska, aún demasiado fresco en su memoria, con la electrocución y todo eso, espantó cualquier intento de bromear con el tema.
Así que Sam no puede sentirse menos que aliviado cuando despierta una mañana con el sonido inconfundible del Impala aparcando afuera de la habitación del motel. Pero cuando se asoma a la puerta, dispuesto a desahogar su frustración sobre su hermano, lo que ve lo detiene en seco. Dean se ha apeado del Chevy y se dirige raudo hacia la puerta del pasajero desde donde aparece una rubia platinada, enfundada en un breve vestido negro, y a la que besa descaradamente mientras la retiene contra su cuerpo por la cintura no bien la ha extraído por entero del vehículo.
Boquiabierto, cejas arqueadas, Sam ve aproximarse a la pareja casi a trompicones, riendo y besándose, agarrados el uno al otro como si les hubiesen ordenado no separarse nunca más, hasta llegar al pie de los escalones donde él les espera.
“¿Dean…?” Sam le habla en un tono que es casi una amenaza mortal para que deje las bromas pesadas a un lado. Inútil, en todo caso, porque su hermano no le está prestando atención. En cambio, sólo se ocupa de ponerle al frente a la mujer, apoyando las manos sobre los hombros de la rubia para alinearla correctamente y decir con voz llena de orgullo:
“Duffy, éste es mi hermano pequeño, Sam”
La rubia mira a Sam de arriba a abajo con un dejo de sorpresa.
“Woah, pero ¡qué grande ha resultado ser el pequeño!” dice con una voz de tono susurrante y sensual y le tiende una mano, donde destacan unas largas uñas color violeta, mientras con la otra se baja el borde del vestido, demasiado corto y ajustado para permanecer en su lugar por mucho tiempo.
“Hola, Sam”
Sam le recibe el saludo en automático mientras mira a Dean esperando una respuesta a su silenciosa pregunta que llega enseguida.
“Sam”, continúa Dean, “ella es Duffy,…” con una sonrisa de oreja a oreja atrae a la mujer hacia él por la cintura y ambos se miran directo a los ojos olvidándose de la presencia de Sam “…señora de Dean Winchester”.
continuará...
Re: La Señora Winchester
Dos
Si Sam hubiese sido caricatura, la mandíbula le hubiese acabado en el pecho, pero como sólo es un ser humano lo único que puede hacer es tratar de recuperar el aire de sus pulmones. Si es verdad, si lo que acaba de oír no es parte de un estúpido sueño mañanero, entonces Dean Winchester debe haber superado con creces su record en la lista de tonterías cometidas en su vida. Pero allí está él, como si nada, sosteniendo aún la cintura de… ¿Duffy? ¿Qué clase de nombre es ese?
“Necesito ir al baño, amor”, la voz de la rubia se hace oír como un gimoteo caprichoso de bebé.
“Por supuesto, cariño” Dean le echa una breve mirada a Sam haciéndole saber que, quiéralo o no, el cuarto tiene nuevo huésped y luego a la rubia de vuelta. “Entra y prepara la ducha mientras saco tus cosas del auto”.
Ella sonríe y se muerde el labio inferior teñido con labial rojo furioso.
“Te esperaré para que me jabones la espalda”. Se separa de Dean con un movimiento cadencioso en dirección a la puerta mientras le dirige una breve mirada a Sam antes de entrar. No bien desaparece en el interior, Dean deja escapar un gruñido travieso y da la vuelta para dirigirse rápidamente al Impala. Sam va tras él.
“¿Es una broma?”. Le sigue casi pegándose a su oído como para asegurarse de que sus palabras están entrando en su cerebro,…el de arriba.
“Amigo, ni yo mismo me lo puedo creer. Estábamos allí, frente a la capilla y de repente fue como ¿y por qué no? ¡Y ya! Ni siquiera dolió” Extrae del asiento trasero una vieja mochila recubierta de parches con nombres de todos los Estados del país, y se la echa al hombro.
“¡La conoces ¿cuánto? ¿menos de una semana?! ¿Qué puedes saber de ella?” Dean cierra la puerta del auto y camina de regreso al cuarto con Sam a sus talones.
“Tiene 28 años, es su primer matrimonio, no tiene parientes cercanos, le gustan los gatos y canta”.
“Dean…”
“Sam, esta mujer…” se detiene y aprieta los labios y gesticula con las manos supliendo con ello la ausencia de palabras adecuadas para decir lo que realmente desea decir. “Esta mujer… tiene magia en su garganta”.
Sam levanta una ceja, escéptico.
“¿Me quieres decir que te casaste con ella porque te gusta como canta?”
Dean frunce el ceño, indignado.
“Pero, ¿cómo crees? ¿qué imagen tienes de mí? ” por un momento Sam se siente casi culpable por el solo hecho de insinuarlo. “…También besa fenomenal”
Sam bufa, se adelanta y abre la puerta mientras la sonrisa bribona de su hermano le juguetea en el rostro.
“No se puede hablar en serio contigo”
“Awwn, estás celoso. No te preocupes, Sammy, tu lugar en mi corazón está intacto. Un poco más apretadito, pero intacto”
No bien entran al cuarto, Sam ve la puerta del baño cerrada y escucha el ruido de la ducha funcionando. Todavía no puede asimilar el asunto en su cabeza y ahora ni siquiera va a tener agua caliente esa mañana. Se detiene de golpe casi provocando que Dean choque contra su espalda, se voltea y lo encara de nuevo.
“¿Qué piensas hacer con ella?”
Dean sonríe de medio lado.
“Se me ocurren un par de cosas que aún no le he hecho, pero creo que ese es un tema del que a ti no te agrada hablar”
Sam rueda los ojos.
“Dean…”
“Está, bien, está bien” Levanta los brazos en señal de paz “Un paso a la vez, ¿de acuerdo? Ya veremos. Ella está conforme con eso”.
Y entonces Sam comprende algo.
“¿¡Se lo dijiste?!”
“No le pareció mal”
“Pero… ¡se lo dijiste!”
“Es mi esposa, no le guardo secretos. ¿Qué querías que le dijera? ¿Qué soy vendedor viajero?”.
Sam se lleva la mano al rostro y se frota el puente de la nariz.
“No puedo creer que hayas hecho esto”
Dean rebusca en el bolsillo de la chaqueta y saca un papel malamente doblado que le tiende a Sam. Éste lo lee.
“¿Capilla del Rey del Rock?”
“Era mejor que la de ET. Aquí tenían esas pelucas con patillas grandes ¡y unas coristas con unas…!”. Y hace ademán de sostener balones con las manos delante suyo.
“¡Sí, sí! Ya entendí”.
Sam le devuelve el papel.
“Bien, es verdad. Entonces, responde: ¿qué pretendes? ¿arrastrarla con nosotros por medio país en busca de papá y el demonio?” y en ese momento, Sam cae en la cuenta que posee un argumento poderoso para hacer entrar en razón a su hermano. “¿Qué crees que dirá papá cuando se entere?”
Dean se encoge de hombros.
“No me importa”
“Oh, Dean. No me vas a hacer creer eso”.
“No espero que me creas”
Sam lanza un suspiro de cansancio.
“Entiendo que te hayas entusiasmado con ella, de verdad, pero ¿casarse? ¿por qué no simplemente…”
“Deannie…”
Ambos hombres voltean hacia el origen de la juguetona voz. Duffy está asomada en la puerta semiabierta del baño escondiendo tras ella su mojada desnudez.
“Mi espalda te echa de menos”
Inmediatamente Sam pasa al olvido y Dean se contorsiona de forma imposible para sacarse la chaqueta con una mano mientras camina raudo hacia el baño sin soltar la mochila de Duffy en la otra.
“¡Aquí va tu tigre, gatita!”
La puerta se cierra detrás suyo con descuido.
Sam aún permanece unos segundos parado en medio de la habitación con la frase sin terminar en su boca, sin atinar a nada, pero luego reacciona y rebusca entre sus cosas hasta encontrar el celular.
“¿Así es que ya no le importa la opinión de papá? ¡Por Dios! ¡Si ha vivido bajo su sombra los veintisiete años que tiene!”
Teclea con fluidez un mensaje de texto en el celular.
“Y se supone que le crea que de un momento a otro ha decidido batirse con sus propias alas”.
En el menú de contactos ubica el número que le interesa.
“Ya verá este estúpido idiota, se va a orinar en los pantalones cuando papá lo agarre de las pelotas y lo lleve de vuelta a Las Vegas, testarudo hijo de…” pero cuando va a apretar el botón de “send”, escucha la risa fresca y, al parecer, feliz de Dean desde el otro lado de la puerta del baño. Mira el número del destinatario en la pantalla del móvil con la boca prieta y el dedo listo a oprimir el envío.
“Mierda”
Aprieta el “off”.
No puede hacerle eso a su hermano.
Re: La Señora Winchester
Tres
Sam piensa que quizás es un hechizo. Con la vida que llevan no sería nada de raro. Lo extraño es que Dean, siendo el cazador que es, no se haya planteado la posibilidad.
Durante todo el día, partiendo desde el desayuno y luego el viaje, hasta el momento en que se detienen en el siguiente motel, tres o cuatro pueblos más allá del que acaban de abandonar, no ha perdido de vista ninguno de los movimientos de la rubia en torno a su hermano. .
A la primera oportunidad Sam le ha vaciado casi la mitad de la petaca de agua bendita en su café y no hubo ¡puf!, ni ¡paf!, ni nada. Así que, al menos, demonio no es.
A pesar de eso, Sam no puede estar tranquilo. La situación es demasiado incómoda para tomarla con calma. Un paso a la vez, le había dicho Dean. Respira hondo. Un paso a la vez. Y veremos en qué resulta todo.
Y si piensa que esa noche tendrá un buen y merecido descanso se equivoca medio a medio. Dean y Duffy han decidido que deben celebrar con él, único pariente que tienen a mano, el compromiso marital recién adquirido. <¿De dónde sacan esos dos tanta energía?> Así es que esa noche en vez de enterrarse en la cama de su habitación single Sam se ve arrastrado a uno de esos bares oscuros con música en vivo.
Dean y él se instalan en una de las mesas del fondo mientras la rubia, tras un par de largos y profundos besos de despedida, <¡por Dios! ¿cuál es la necesidad de despedirse cada vez que se separan?> se va a hablar con el encargado del local, lo cual no deja de llamar la atención de Sam. Preferiría no perderla de vista. Por si acaso. Aunque no ha tenido el tiempo necesario de realizar una búsqueda en regla, en su cabeza rondan un par de conjeturas con respecto a lo que pudiera estar afectando a su hermano. ¿Qué tal si es una sirena? Si bien ellos no se han topado con ninguna todavía en su vida de cazadores, sabe que es una posibilidad más que cierta. El problema es cómo hablarle del tema. Observa a su hermano un instante mientras éste toma un trago de su cerveza. Definitivamente está de buen humor. Bueno, ahí va.
“Dean, ella…”
“Duffy”, le corrige Dean.
“…Duffy…”, concede Sam.
“Y es su verdadero nombre, ¿no es fenomenal? Duffy y Dean, Dean y Duffy. Casi parece una canción. ”
Dios, ¿por qué tiene que ponerlo tan difícil?
“De acuerdo, sí, muy bonito, pero ella, …¿no has considerado que…?
“¡Shhh! Va a comenzar”
Y entonces Sam la ve subir al escenario con total aplomo, enfundada en el vestido rojo de gran escote que escondía bajo la chaqueta e inclinarse hacia el guitarrista para darle alguna instrucción.
“Escúchala, Sammy”.
Duffy se planta en el centro del pequeño escenario, micrófono en mano, a un costado del plato de las propinas que descansa en un piso alto, camino del bar. La silbatina de admiración masculina no se hace esperar, pero ella parece no darse cuenta del ruido que la rodea. Con la cabeza gacha y los ojos cerrados, espera unos segundos hasta que se hace algo de silencio y entonces, cuando comienza con la primera nota de “Syrup and Honey” en una voz rasposa y dulce a la vez, Sam sabe por qué Dean se casó con ella.
No estés gastando todo tu dinero en jarabe y miel
Porque yo soy lo suficientemente dulce.
No estés usando cada minuto en hacer una vida
Porque tenemos nuestro amor
Escúchame, uno, dos, tres,
Baby, Baby, Baby
Gasta tu tiempo en mi
No es la letra, no es la música, es sólo que ella es quien canta. La mujer es puro sentimiento ante el micrófono y su voz habla de caminos solitarios, de abandono y añoranza de una vida mejor. Y lo mismo parece opinar el resto de la concurrencia que guarda total silencio. Duffy se mueve con cadencia, perdida en la letra de la canción que es casi una súplica y que ella hace sonar como tal.
No estés fuera toda la noche
Dejándome totalmente sola
Porque necesito tu amor
No estés gastando cada día trabajando en Hawai
Porque estoy esperándote
Escúchame, uno, dos, tres,
Baby, Baby, Baby
Gasta tu tiempo en mi
Sam mira de reojo a su hermano que tiene los ojos fijos en su señora como si el mundo hubiese desaparecido y sólo existiera Duffy y su voz. No puede imaginarse siquiera la clase de conexión que ha encontrado Dean en esa mujer. Entonces, se siente un idiota egoísta. Es un pedacito de vida propia para su hermano, ¿qué tiene de malo eso? En un segundo la idea de encantamientos y sirenas se ha marchado de su cabeza.
“Algún día será famosa”.
Aún tiene los ojos fijos en ella cuando Dean lo dice. Como despertando de un trance, mira a Sam y le dedica su media sonrisa característica mientras levanta su vaso de cerveza invitándolo a brindar. “Y yo me haré rico vendiendo sus autógrafos” Sam se ríe de buena gana y bebe con su hermano a la salud de Duffy, toda la preocupación disipada en un momento.
Quince minutos después, la rubia ha terminado su actuación y el plato de propinas está lleno. Ella recoge el dinero y lo cuenta a la ligera para luego dedicarle un guiño coqueto a su marido. Dean levanta su vaso de cerveza en saludo y le sonríe. Es entonces que las cosas comienzan a complicarse. Sam apenas tiene tiempo de darse cuenta de lo que pasa. De pronto, la sonrisa ha desaparecido del rostro de su hermano y la ha reemplazado una mirada de furia en dirección al mesón donde el dueño del local le habla a Duffy demasiado cerca de su gran escote. Antes de poder procesar lo que sucede, Sam ve cómo Dean se pone de pie casi derribando la mesa y parte raudo hacia el mesón. En menos de 10 segundos, el bar es un caos, gritos e improperios por doquier. El dueño termina detrás de la barra incrustado en el espejo mientras que un par de gorilas del local quedan fuera de combate por la pelea sucia de Dean y la botella que Duffy hace añicos en la cabeza de uno de ellos. Cuando un tercero quiere atacar por la espalda a su hermano el cerebro de Sam decide que es hora de actuar y envía a sus casi dos metros de musculatura a la acción. Un par de minutos más tarde, los tres están corriendo hacia el Impala, las ropas hechas un asco, cortes, golpes y raspaduras en donde se quiera mirar. A lo lejos, se escucha la sirena policial.
De regreso al motel, Dean no dice nada, aferrado al volante con los nudillos agarrotados. Duffy también está muda en el asiento de atrás, los brazos cruzados, la mandíbula apretada y la vista perdida en la ventana. Sam los mira a uno y a otro y no se explica qué pasó. El aire está pesado allí dentro.
Cuando se apean y llegan ante las habitaciones del motel, Sam carraspea antes de atreverse a preguntar.
“¿Van a estar bien?”
“Vete a dormir, Sammy. Lo necesitas”.
La voz no da lugar a discusiones y así lo comprende Sam.
“Entonces,…” se vuelve hacia la rubia que luce como una niña enfurruñada, “buenas noches, Duffy” ella le responde con un pequeño asentimiento. “Dean…”, pero su hermano ya está abriendo la puerta de la habitación que comparte con Duffy y entra sin esperar a su mujer. Ella lo sigue de inmediato y cierra de un portazo.
Sam entra a su propia habitación pero se queda al lado de la puerta, la llave aún en su mano, temeroso de lo que pueda suceder a continuación. Los gritos de su hermano y su mujer se escuchan claramente a través de las paredes del motel. “¡…ese vestido…!” “¡…mi trabajo!” “¡…le sonreíste!”.
“Es asunto de pareja”, se dice mientras camina hacia su cama donde piensa dejarse caer con lo puesto, “tienen que aprender a resolver sus conflictos”. Hasta que el sonido de objetos arrojados contra la muralla reemplazan a los gritos y lo obligan a sentarse de un salto en la cama. En ese punto, Sam duda si debería ir a golpearles la puerta y detener así un asesinato… o dos, no está seguro. Y de pronto, todo se aquieta. Sam escucha con atención. Se oye sólo un llanto muy quedo y la voz profunda de su hermano en tono consolador. A Sam le vuelve el alma al cuerpo y sonríe. Al día siguiente aún tendrá familia. Cuando apoya la cabeza en la almohada tiene la esperanza de poder dormir en paz lo que resta de noche. Sin embargo, el sueño aún no ha llegado a él cuando los sonidos se reanudan con otro cariz.
“Oh, no”.
Y sí, es lo que piensa. Pronto la habitación se llena de los ruidos propios del acto marital. Les golpea con fuerza la muralla para advertirles que han perdido toda privacidad, pero al parecer los gruñidos de su hermano y las risotadas histéricas de Duffy cubren por completo sus pobres golpes. Sam mira el reloj. Va a ser una larga noche. Y mientras se enfunda la cabeza y los oídos con la almohada, piensa que tal vez debería contarle a papá de todas maneras.
Y ahora ¿qué?...¿están cantando?
continuará...
Re: La Señora Winchester
Cuatro
No hay mucho de su vida que Duffy quiera contar. Poco de lo que no se avergüence. Y sin embargo, a él se lo cuenta todo, con el sabor amargo del alcohol en la lengua, aún a riesgo de perder lo que todavía no es suyo. Le cuenta todo, incluso su eterna debilidad por los gatos. Tal vez por eso él ha decidido ronronearle en la oreja cada vez que puede.
Fue en el Bar de Barry, a un par de horas de Las Vegas, donde esa noche trataba de ganarse unos dólares cantando viejos blues. Allí estaba, en medio de la audiencia, entre el humo de los cigarrillos que le daban un aspecto fantasmal. El bar estaba repleto pero ella sólo podía ver a aquel hombre de talante insolente y piernas arqueadas apoyado displicentemente contra la pared. Y aunque no distinguía del todo su rostro, sabía con certeza que sus ojos tampoco se habían apartado de ella desde el momento en que subió al escenario y comenzó a cantar.
Cuando se fueron juntos en su espléndido auto, aún pensaba que sería sólo uno más de tantos.
Al segundo día, sin embargo, supo que no tendría voluntad suficiente para separarse de él si de ella dependiera. Y cuando él le cuenta lo suyo, ella le cree. No sabe por qué. Le basta sólo mirar dentro de sus grandes ojos verdes para creerle. Parece sorprendido cuando ella así se lo manifiesta. Entonces se lo cuenta de nuevo como si pensara que no le ha escuchado bien. Pero Duffy le ha entendido todo. ¿Cacería de fantasmas? Es un detalle. ¿Qué tan terrible puede ser?
Pero, en realidad, no sabía de lo que estaba hablando.
”¿…Q-qué?”
Dean deja escapar un suspiro impaciente mientras sus hombros caen con fastidio. ¿Es que no se lo había dicho antes?.
”¿Recuerdas? En el hotel, entre la tercera y la cuarta vez, antes que los vecinos comenzaran a reclamar”.
Ella luce perdida.
“Pero… pero… yo pensé que… no sabía que…”
Después que Dean le habló de lo que su hermano y él hacían, lo que Duffy esperaba encontrar era a un par de rebeldes actuando contra lo establecido, recorriendo las carreteras del país, descifrando misterios, todo muy romántico. No esto. No toda una ciencia de cómo cazar espíritus con un cofre de auto repleto de todo tipo de armas.
Dean la mira como si la conversación que sostienen fuese de lo más elemental y ella estuviese jugando a fingirse la despistada.
“Es lo que hacemos”. Está claramente molesto ahora. O dolido, ¿hay diferencia? “Cazar cosas, salvar gente. Ese es nuestro trabajo”. Dean se inclina hacia ella buscándole la mirada, los brazos extendidos enfatizando su esfuerzo por hacerle ver lo que para él es tan obvio. Lo ha lastimado y Duffy podría odiarse por eso. Le echa una mirada al cofre abierto del Impala y recorre con la vista los cientos de artilugios que se encuentran allí dentro.
“Oh, Dios”.
Y no puede evitarlo, da la vuelta y entra de nuevo al cuarto dejando a los dos hombres sin saber qué esperar. Sam, incómodo, desvía la mirada de su hermano porque está seguro que lo que sus ojos le dirán, inevitablemente, será un “te lo dije”. Dean, por su parte, se da a sí mismo un minuto antes de decidirse a partir tras su mujer. Por una vez, Dean Winchester no sabe qué hacer.
Duffy se instala frente a la ventana y observa los vehículos que atraviesan por la carretera. Necesita pensar, digerir lo que acaba de escuchar, encajar las piezas en su lugar.
El asunto es: ¿ella puede con todo esto? Y si no puede, ¿Dean la querrá todavía a su lado?. En caso que no ser así, aún le queda el primer plan, ese que habla de ser descubierta por un buen agente, de grabar todas esas canciones que escribe en el block de notas y ser famosa y ganar dinerales y olvidarse de todas las penurias que ha sufrido hasta ese momento. Pero en el trecho hasta ese entonces sólo habría noches vacías, peligrosos viajes de aventón, y soledad interminable. ¡Dios!, ¿cómo puede un hombre grabarse tanto en la piel y, más profundo aún, en el alma?. Debería tomar nota de eso. Podría llegar a ser un buen verso. Rápidamente lo escribe en su block. Sobre una silla está su mochila, siempre lista para la mudanza, tentándola con el camino fácil de la huida. Siempre ha sido una opción. Tal vez hoy lo sea también. Pero la pura y simple verdad es que no quiere abandonar. No después de haber conocido ese lugar cálido y apasionado llamado Dean Winchester. El asunto es, una vez más, ¿ella puede con todo esto?
Cuando Dean entra en el cuarto, y se instala en silencio a su lado frente a la ventana, el corazón se le acelera hasta el punto de hacerle pensar que se mueve bajo su camiseta . Y aunque es incapaz de voltearse a verlo directamente, observa por el rabillo del ojo que la expresión de su rostro es severa. Tal vez ha decidido que todo ha sido un error y que ella no es la clase de mujer que necesita un cazador. Tiembla ante la posibilidad.
Pero eso no es lo que bulle en la mente de Dean precisamente. Muy por el contrario, está buscando las palabras para retenerla a su lado, para que, a pesar de lo que acaba de ver, aún desee ser su compañera y compartir su mundo. Y en el intertanto, el silencio se ha alojado incómodamente entre ellos dos. Hasta que al fin, con un leve carraspeo que antecede sus palabras, Dean se decide a hablar.
“Quiero que esto resulte, en serio”. Mantiene la vista en la carretera frente al motel. “No pretendo hacerme el héroe ante ti, porque no lo soy” se sonríe sin alegría. “No como papá, al menos. Pero lo que hago, es importante. Lo es para mí. Es decir…Quisiera que comprendieras… Lo que quiero decir es que saber que puedo evitarle a otras familias pasar por lo que papá, Sam y yo hemos atravesado… bueno, vale la pena la existencia que llevo. Incluso, puede que la disfrute, aunque decirlo suena completamente demente”. Toma aire y continúa. “Duffy, no puedo retenerte a mi lado, con esta vida que ves, si no lo deseas”. Hace el ejercicio de aclararse la garganta antes de proseguir. “Pero si de algo sirve, … no quiero que te vayas” y sus palabras son para Duffy como un bálsamo tibio que baja hasta su corazón y lo reanima. Necesita creer fervientemente, y ahora sabe que Dean también, que el deseo de permanecer juntos es suficiente para superar cualquier obstáculo que se les presente. Comenzando por este pequeño impasse.
“Entonces…”, le dice sin mirarlo aún. “…Salvas personas”
Dean asiente con un mohín, la vista perdida en algún punto fuera de la ventana.
“¿Cómo los bomberos?”
Dean arquea una ceja y se vuelve hacia ella.
“Algo así… pero más cool”.
Ella lo mira un instante y asiente lentamente en un gesto aprobatorio.
“Eso es…lindo”, y deja que aflore una sonrisa en su boca. “Así que…”, le lanza una mirada de lo más sugestiva. “¿Me enseñarás a apagar los incendios?”
Y Dean la acompaña en su sonrisa.
“Puedes apostar a que sí”.
continuará...
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